jueves, 30 de agosto de 2012

Miss Venezuela

Por: Johan Manuel López
Todo estaba dispuesto, sólo faltaba afinar algunos detalles para que iniciara el certamen que “paraliza a toda Venezuela”. Faltaban pocas horas para “el magno evento de la belleza”. Cualquier posibilidad de crítica a este respecto puede ser tomada como una afrenta en contra de uno de los productos culturales de mayor arraigo en el país.
Este tipo de agenciamientos culturales terminan por generar nudos fuertes de filiación y pertenencia; pero, más allá de ello, estos agenciamientos culturales devienen en sentido común, como parte del paisaje “natural” de nuestra cultura. Es así como lo venezolano es definido, en muchos sentidos, a partir de este tipo de agenciamientos: es “moneda corriente” en los medios de comunicación masivos oír hablar de la “belleza venezolana”; misma que está fuertemente atravesada por el concepto-“paquete” de belleza que promociona el Miss Venezuela. De tal forma que eso que solemos llamar con asiduidad “belleza venezolana” termina por ser el sub-producto de un concepto de belleza estandarizado, de acuerdo a cánones impuestos por la gran industria de la moda internacional, del show business, del bullicio farandulero, entre otros tipos de agenciamintos de similar tono. 

En todo ello opera un fuerte proceso de subjetivación; en ese sentido las historias van y vienen: una joven deja de comer por varios días, se vuelve anoréxica (enfermedad psico-cultural-biológica), debe llegar a las medidas “perfectas”: 90-60-90. Estas medidas extremas por verse y sentirse bella (de acuerdo a lo que impone el canon de belleza contemporánea), va de la mano de una férrea estética del cuerpo: si hay que someter al cuerpo al dolor de la cirugía estética, ello no importa. El dinero y el dolor no son obstáculos, “verse bien no tiene precio”. El dinero se busca a como dé lugar; mientras que el dolor es lo de “menos”; lo importante es sentirse bella por fuera, ello asegura tranquilidad “espiritual”. Es un asunto complejo que viene operando, en términos generales, fuertemente en toda la subjetividad femenina nacional; sin obviar que toda esta cultura de la belleza está imbricada en un sistema de valores que privilegia el consumo de mercancías de todo tipo y especie por encima de otros valores. En la mañana veía por Globovisión, en uno de sus programas, la promoción de unos trajes de baño: Lolita Colita. Una de las diseñadoras de la marca señalaba que algunas de sus confecciones era “ideal para lanzarse de chapuzón de la proa del yate un domingo cualquiera”. El asunto también pasa por la promoción de una cultura del deseo, una práctica deseante ab infinitum que forma parte de una “máquina de hacer gente”, de producción de sujetos. Al final se imponen patrones culturales, formas de ser-sentir que terminan por ser funcionales a un modelo económico-cultural.

Hay que ser un buen entendedor de los tiempos que van aconteciendo, de lo que vamos siendo en este mundo excesivamente rápido; ello debe ser así, sobre todo por los giros económicos, políticos y sociales que se están dando en ciertos países. En ese sentido, y para el caso venezolano, esto debe quedar muy claro o por lo menos en vías de ser reflexionado y problematizado; si no se entiende que uno de los asuntos perentorios de la Revolución se sustenta en el hecho mismo de generar nuevas matrices culturales que atiendan a lo que auténticamente somos, ello sin llegar al chovinismo ridículo, a la afectación de querer ser (parecer), de la noche a la mañana, un “hermano” Yanomami o Yukpa. No es un asunto de fingimientos ni de poses para fotos electoreras. Se trata de comenzar a revisar seriamente que estos empaques culturales llevan una impronta fortísima de la voluntad de dominio, de los mecanismos de sujeción a un orden de cosas, a unos pareceres y formas de ser-sentir.

No entender que detrás de estos dispositivos operan fortísimas formas de subjetivación que son parte del sistema maquínico propiciado por la lógica de la centralidad-mundo, es tener un pensamiento de corto vuelo. Creer que los complejos asuntos culturales pueden ser resueltos, exclusivamente, a partir de la implementación de políticas públicas de visibilización de aquello que estaba oculto por el grueso velo de la industria cultural nacional y transnacional (ésta última como expresión cultural que en definitiva se impone), es no dimensionar el complejo orden de relaciones de las nuevas formas de dominio líquido (para hablar en lenguaje de Bauman), sutil y potente de esta máquina que impulsa deseos, los potencia y maximiza.

Si no se tiene sentido de trascendencia estratégica en el marco de la Guerra de Posiciones (Gramsci), difícilmente se puede hablar de una nueva hegemonía en el orden político, económico y cultural; hegemonía que tampoco debe estar subordinada al pensamiento reductor de la estadolatría más burda que se enmascara detrás de grandes fachadas discursivas que son absolutamente legítimas en el orden del enunciado, en el plano interdental (de la boca pa afuera pues), pero que en muchísimos casos está a la deriva, sin encontrar puerto seguro en el plano de las acciones políticas concretas, mismas que son suplantadas, de la forma más grotesca y visible, por efectismos politiqueros de bajo calado, por afanes de triunfo en las “competencias” electorales.

El asunto tampoco pasa por el lado de la moralina pacata e intrascendente. Creo que este tipo de dinámicas deben ser confrontadas con altas dosis ideológicas, sin que ello se reduzca a efectismos de ¡última hora! Una política cultural diferenciadora tendría que apostar firmemente al dislocamientos de estos órdenes culturales impuestos de forma “amable” y cotidiana, como si ya formaran parte de lo que somos.

No es un asunto que se resuelva por decretos u otra vía inútil. Va más allá de eso. Hay que privilegiar propuestas culturales diversas, que coloquen de relieve eso que genéricamente se llama el ser venezolano. No es un asunto fácil, sobre todo en un país como el nuestro, donde los agenciamientos culturales han tenido vía libre para desconfigurar/reconfigurar formas culturales: nadie juega trompo, metras, gurrufíos, las cinco piedrita, el escondío, paralizao, entre otras manifestaciones propias a un ideal de lo venezolano. Pensar en eso, en nuestras formas y costumbres, en la era del Nintendo Wii, las mascoticas y granjas virtuales, el Iphone 5, los BB, los video-juegos de todo tipo, entre otros dispositivos de la máquina de subjetivación, es casi un anacronismo.

En estos casos opera una especie de suplantación en la psiquis colectiva nacional; unas formas, maneras y costumbres terminan siendo sustituidas por otras ajenas a nuestras propias formas de ser-sentir. Jesús Martí Barbero utiliza para estos casos un nombre apropiadamente justo: palimpsestos de identidad. Queda apenas un débil y casi imperceptible recuerdo de eso que hace 25 años atrás hacíamos; ya nadie juega pelotica de goma, no sé si nuestros chamos siguen jugando a la botellita a la salida del liceo o palito mantequillero; lo que sí sé es que eso que antes hacíamos no se reconfiguró, simplemente pasó, se esfumó y apenas queda un recuerdo, un pequeño guiño de la memoria que nos recuerda los “viejos tiempos”, un “fantasmita” que nos dice a lo lejos, en algún lugar de la memoria, que también fuimos jóvenes. Bajo esa misma lógica opera el concurso Miss Venezuela; nadie podrá decir, jamás y nunca, que en un concurso como ese se esté promoviendo, ex profeso, alguna ideología política determinada; ese argumento puede ser admitido en primera instancia. En todo caso tendría que discutirse esto, sobre todo por eso que llamamos sociedad del entretenimiento (Debord). No hay que olvidar que la despolitización es una de las formas políticas más potentes que existen. 

Quien en instancias de Gobierno no vea que estos procesos de subjetivación al estilo Miss Venezuela, entre otros, tienen por objeto la distracción, la despolitización, la apatía por el (des) involucramiento de la gente en función de su vida, su propia vida pública y la de los demás que forman parte de la dinámica social, no sólo padece de una miopía política severa que no permite ubicar a otros agentes reductores/des-densificadores de la política; después de todo, hoy la política (en su forma desdensificada/light) tiene que ver con otros escenarios, otras dinámicas que también tienen que ver con lentejuela y canutillo, bótox y silicona.

johanmanuellopez@hotmail.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por tu comentario